El Aviso, también llamado Iluminación de las Conciencias o Segundo Pentecostés, está muy próximo y coincidirá con un fenómeno astronómico, el colapso de dos cuerpos celestes en el firmamento. El Sol se oscurecerá y aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre: una Cruz resplandeciente que será visible en toda la Tierra. En medio de la confusión y de un terremoto, vendrá el Aviso, que ha sido profetizado por Joel 3:1; Mateo 24: 29-31; Ap 6: 12-17; la beata Ana María Taigi, Santa Faustina Kowalska y las niñas de Garabandal, entre otros muchos.
Este evento será vivido por todos, creyentes y no creyentes. Durante el Aviso, la “Llama de Amor” nos iluminará, despertándonos a la luz de la Verdad. Cada criatura humana quedará absorta afrontando el estado de su alma: vivirá su propia oscuridad personal o miseria en contraste con la luz pura del amor de Dios. Veremos nuestra alma tal y como Dios la ve. Viviremos uno a uno los pecados personales cometidos, confesados o no confesados, durante todo el transcurrir de nuestra vida: el bien realizado y dejado de hacer, el mal cometido y los pecados de omisión. Sentiremos cuánto ofendimos a Dios, y cómo cada pecado hirió a otros, expandiendo sus efectos destructivos, como una onda, a través del tiempo, en una espiral de dolor. Experimentaremos un verdadero duelo, una contrición profunda de nuestros pecados. Algunos no resistirán vivir sus propias maldades. Pero el Señor nos sostendrá con la ayuda de Su Gracia y Su infinita Misericordia. Todos veremos nuestro destino si muriésemos inmediatamente: el cielo, el purgatorio o el infierno. El Espíritu Santo abrasará, con el fuego de Su amor, los pecados que oscurecen la belleza de las almas, reconoceremos nuestras faltas y sabremos qué debemos corregir en nuestro interior para vivir en completa unión con Dios.
Este acto íntimamente personal servirá para corregir la conciencia oscurecida y sombría del mundo, completamente ciega al pecado. Será necesario para la salvación de las almas y purificación de la humanidad pues transformará nuestros corazones de piedra, volviéndolos humildes y misericordiosos, libres de todo egoísmo y maldad, sensibles y abiertos al amor. La humanidad reconocerá la existencia de Dios, Su amor y Su poder. Se concederá un periodo en el que deberemos reconciliarnos con Dios, arrepentirnos y confesar nuestros pecados con firme propósito de enmienda. Deberemos renovar nuestra consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y de María y ser un testimonio vivo del Amor y la Caridad de Dios, renunciando a nuestra voluntad y dejando que Cristo reine en nuestras vidas. Todos recibiremos grandes gracias y fuerza para la conversión y para afrontar la persecución de los cristianos, que vendrá poco después del Aviso.
Para vivir esta experiencia en gracia, debemos reforzar nuestra fe y examinarnos más detenidamente: como el ciego, debemos clamar “Señor, abre mis ojos”, para poder ver nuestra miseria desde Su luz. Debemos convertirnos, con oración, sacrificio y penitencia como reparación. Tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios. Regocijémonos y preparémonos para recibir este don de la Divina Misericordia, junto a la auténtica paz del Señor.